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Jorge había quedado malherido luego de presenciar el ofrecimiento de casamiento, público, de Don Tránsito a tía Rosa. El sí de la mujer que el tanto había deseado por años había sido como una flecha que la había partido su corazón en dos mitades. Había sido para él un baldazo de agua helada a punto de congelar. Y lo que peor lo hacía sentir era el haber concretado con ellas después de tanto haberlo soñado miles de noches en la soledad de su cuarto, desde la adolescencia. Pero, a pesar de todo, sabía que era una quimera muy lejana tener algo formal con tía Rosa. Sabía, también, que ella poseía un espíritu libre difícil, o casi imposible, de dominar. Eso sí, no haría ninguna escena ni le diría nada para hacerla dudar de su decisión de casarse con Don Tránsito Pérez y, mucho menos, intentaría ni tendría nada con ella aunque de rodillas se lo pidiera., pero no por despecho sino porque Jorge era, por sobre todas las cosas, un tipo con códigos. Odiaba con todo su ser a esos tipos que salían con mujeres casadas o comprometidas o que tuvieran novio y que, encima, se jactaban de eso, de esa situación que en realidad es una desgracia. Nunca en su vida lo había hecho o, mejor dicho, nunca lo hizo a sabiendas. Hacía un tiempo se había enganchado con una compañera del trabajo, una chica hermosa mucho menor que él. La piba trabajaba en el sector de contaduría, era una luz con los números. Se llamaba Marcela y era la más deseada de toda la empresa. El pobre Jorge se enamoró y se metió hasta el caracú y, por lo que parecía, ella también, Al mes de salir, Jorge le propuso comprometerse, con anillos y todo. Le confesó que era la mujer de su vida y que estaba seguro que sería muy felices juntos y que quería formar una familia con ella. Luego de su propuesta cargada de amor, cursilerías y lugares comunes, Marcela se lo quedó mirando fríamente y le dijo que nunca había cortado, del todo, su relación con Gonza, su ex que no era tan ex. Jorge había imaginado, soñado miles de respuetas y de escenarios, pero nunca este. Jorge recordaba que Marcela le nombraba, a veces, a Gonzalo, Le contaba que iba a su casa, pero a él no le pareció nada raro ya que era su ex y que se conocían desde chicos. La respuesta de Marcela le cayó como una bomba atómica y terminó de sacarle un velo que tenía y que le hacía confiar en todo y en todos. Pero sentía que no podía dejarla, aunque recapacitó y pensó, y se lo dijo a ella, que cuando se formaban ese tipo de triángulos amorosos, siempre ocurría lo mismo, alguien quedaría dañado, sea uno, dos o los tres. Y generalmente eran tres los lastimados. Al poco tiempo si cortó la relación con todo el dolor del alma. Marcela lo entendió y siguió su historia con Gonzalo, quien le perdonó su infidelidad casi adolescente. Al año se casaron. Jorge sintió el golpe, pero igualmente no quería saber nada con ella ni con ninguna otra. Al poco tiempo de casarse, Marcela fue víctima de violencia de género por parte de Gonzalo, y ella acudió a Jorge. Él la acompañó a hacer la denuncia, a ver al abogado y todos esos trámites tan engorrosos. También le puso su hombro, pero nunca se aprovechó de la situación, aparte que no quería ya saber nada con ella. Luego llegó el divorcio y Marcela quiso retomar la relación con Jorge. La respuesta de Jorge fue tajante, fría y terminante, le tocó la cara con su mano derecha y con la cabeza le dijo que no bajo un silencio que lastimaba. Nunca más respondió sus llamadas, ni sus mensajes. Cuando se la cruza en la empresa ni la mira, ni la saluda. Para él es un fantasma, su rencor es más grande que su bondad, esa bondad que nos regala a todos aquellos que lo queremos y lo seguiremos queriendo por su don de gente.
Esa semana Jorge estuvo esquivo conmigo y mi familia. Cuando ya la semana acababa lo encaré en la oficina.